jueves, 6 de septiembre de 2018
El mito de Pigmalión y la estatua
Ovidio nos cuenta, en su Metamorfosis, el mito de Pigmalión, rey de Chipre, que osó enfrentarse al amor al asegurar que no iba a enamorarse de nadie que no fuera perfecto. Su historia comienza cuando empezó a modelar una estatua con forma de mujer. Pero, hete aquí el caso que, cuanto más modelaba aquella divina estatua, a medida que iba surgiendo de sus dedos y se iba impregnado de voluptuosidad la ondulación del mármol, Pigmalión sentía que en su fuero interno algo se encendía. No podía ser, ¿cómo poder enamorarse de una estatua, de una creación propia?
Pero así fue y al término de su obra, Pigmalión estalló de amor por aquella estatua. Sin ningún rubor, comenzó a cubrirla de besos y abrazos. La miraba y remiraba, la acosaba entre sus dedos, fijando su pudor en algún punto lejano de la estancia. La vestía y la desvestía, la imaginaba tierna, delicada, suave… Pero el mármol frío sólo le hacía aumentar más y más el deseo, junto a la desesperación. Se había enamorado perdidamente de aquella estatua. Pero si amor jamás podría traspasar aquel cuerpo inerte y frío.
Quiso la suerte que la diosa Afrodita llegara hasta la ciudad de Amatonte, allí donde vivía Pigmalión. Llegó justo en el momento en el que éste rogaba encarecidamente a los dioses: “Si es verdad que tenéis tanto poder, os ruego que deis vida a esta estatua para poder casarme con ella”.
Afrodita quiso complacer al apenado rey y cuando Pigmalión volvió junto a su amada tras sus ruegos, en un sencillo beso descubrió que la piedra parecía irradiar algo de calor. La abrazó y comenzó a sentir que el frío del mármol desaparecía poco a poco. Se apartó para mirarla a los ojos, no fuera que aquella sensación sólo fuera producto de su propio calor. Comprendió entonces que la dureza de piedra comenzó a volverse suave. Tras dar las gracias encarecidamente a los dioses, Pigmalión se dejó llevar por el deseo y poseyó a la estatua, convertida ahora en una delicada mujer con la que el rey finalmente se desposó.
De aquel unión entre el artista y su creación, de nombre Galatea, nació, al noveno mes, Pafos, la delicada criatura que daría nombre a una de las islas griegas más hermosas.
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