Los antiguos alquimistas estaban convencidos de que las plantas tienen alma y de que si se pudiera extraer el alma de las plantas a través de las flores, y elaborar con ellas algún filtro, algún elixir, serían capaces de trasmutar la materia.
Los alquimistas pensaban que algo prodigioso era lo que permitía a las plantas absorber la luz y convertirla en materia. Ningún ser vivo podía hacer ese milagro, ni esa función. Nadie. Sólo las flores conseguían evolucionar y acercarse a la perfección en su esencia.
Las formulas que trascendieron permiten elaborar esencias y aceites que contienen el alma de las plantas y que cambian el sentido de las situaciones, la suerte de las personas y abren hasta los caminos más cerrados, siempre que en su elaboración y su utilización se respeten las coordenadas astrológicas y los valores para los que fueron creadas.
Un perfume es un trabajo alquímico.
Y es cierto que las flores tienen alma. En ellas, como suponían los antiguos alquimistas, habitan unas deidades encargadas de dibujar sus colores y elaborar sus aromas.
Aromas distintos, únicos.
Y esos aromas son los que, con la luz y el aire marcan los solsticios, las estaciones y dependiendo de su composion, atraen anuestra vida suerte, salud, dinero, paz, amor, armonia…
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