
Un granjero se encontraba trabajando en sus tierras cuando
descubrió por casualidad a un hombrecillo que se escondía bajo una hoja.
Convencido de que se trataba de un leprechaun, el granjero lo capturó enseguida
para sonsacarle el lugar del oro. El pequeño duende solo deseaba liberarse, por
lo que enseguida le desveló su ubicación estaba debajo de un arbusto.
El granjero, con el duendecillo en la mano, caminó hacia el
arbusto donde estaba escondido el oro. Para su sorpresa, había ciento de
arbustos idénticos. Como no tenía a mano ninguna herramienta para excavar, se
quitó un calcetín y lo ató al arbusto que el Leprechaun le había indicado.
- -Voy a casa en busca de una pala- dijo el hombre.
A lo que el duende respondió: - Yo ya cumplí mi parte. Ya sabes donde se
esconde el oro, no me necesitas. Déjame libre.
- - Antes prométeme que no quitaras el oro ni el
calcetín.
- - Tienes mi palabra de duende.
El ingenuo del granjero marchó. El duende no faltó a su
palabra, eso jamás. Cuando el granjero regresó al campo el calcetín estaba ahí,
y en cada uno de los arbustos un calcetín rojo.
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