Hablar no es lo mismo que dialogar. Muchas veces no nos damos cuenta de que la buena práctica del dialogo nos ayudaría a sobrellevar mucho mejor la convivencia. Pero no lo hacemos, lo que origina que la resolución del conflicto se retrase o empeore innecesariamente.
Hablar solamente implica una expresión verbal sobre lo que uno quiere expresar a la otra persona, pero en ningún caso conlleva que haya ningún entendimiento.
Los conflictos pueden ser buenos. Todos tenemos diferentes formas de ver las cosas, diferentes gustos, lo que hace que dialogar facilite alcanzar un acuerdo, fortalecer los vínculos y subsanar posibles heridas.
Lo que ocurre, con frecuencia, es que las personas implicadas no están dispuestas a ceder y se aferran a su postura al considerar que ceder supone una derrota, por lo que ni siquiera acceden a iniciar un diálogo, lo que impide solucionar el conflicto.
El dialogo se centra en un intercambio de opiniones y puntos de vista con una clara intención de establecer unos acuerdos mínimos.
Para que llegue a dar sus frutos son ingredientes básicos del diálogo: el respeto, la actitud de escucha y la empatía. También la sinceridad, el comunicarnos con el compromiso de ser claros y consecuentes tanto en nuestros actos como en nuestros sentimientos.
Todo lo anterior hace referencia al fondo del dialogo. Pero también es importante la forma. Cómo lo decimos.
Las cosas pueden decirse de muchas formas y maneras y en muchos momentos, lo que hay que hacer es buscar el momento oportuno. Sin ocultar la verdad, sin trampa ni hipocresía.
A veces, incluso, la sinceridad puede incluso “doler” pero si cuidamos cuando y como decirlo en el fondo lo que hace es prevenir males peores y ayudar a superar dificultades
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